Los estudiosos del cristianismo primitivo identifican una curiosa diferencia en la forma en que Poncio Pilato, el gobernador de la provincia de Judea en la época de la crucifixión de Jesús, es retratado por las narrativas religiosas de los evangelios y los textos historiográficos de autores no cristianos.

El Pilato de la versión religiosa parece un hombre equilibrado y preocupado por ser justo. Su papel en la narración de la muerte de Jesús es el de aquel que no condena a alguien en quien no ve ningún delito. Se «lava las manos» y deja que el pueblo judío decida la pena de muerte.

El Pilato de los autores no religiosos es cruel, sanguinario, alguien que no perdona a sus enemigos.

«Es curioso cómo las narrativas de los evangelios son muy favorables a Pilato, mientras que ciertas fuentes de la época son muy críticas con él», dice a BBC News Brasil el historiador Gerson Leite de Moraes, profesor de la Universidad Presbiteriana Mackenzie.

Lo que las investigaciones indican es que la visión amable de Pilato, construida por los cristianos de aquella época, tiene un trasfondo de antisemitismo. Después de todo, el gobernador era el representante de la Roma imperial que dominaba la tierra donde vivían los judíos. Y los cristianos primitivos encontraban en la aristocracia judía a sus rivales, aquellos que no aceptaban la nueva secta que estaba surgiendo.

De acuerdo con la perspectiva bíblica, hay un consenso: Pilato sería un hombre que no encuentra en Jesús ningún delito, ninguna responsabilidad.

«Por el contrario, les dice a los líderes judíos y al pueblo judío que Jesús no merecía morir. A lo sumo, merecía recibir algunos latigazos, unos golpes allí y después ser liberado. Esa fue la decisión de Pilato, según las narrativas evangélicas», analiza el historiador.

Para trazar un perfil lo más completo posible de Pilato es necesario recurrir también a los autores no religiosos. Pilato aparece en textos de al menos tres de ellos: el historiador Flavio Josefo (37-100), el filósofo Filón de Alejandría (20 a.C. – 45 d.C.) y el senador romano e historiador Cayo Tácito (55-120).

Además de estos relatos casi contemporáneos a él, un indicio que demuestra su existencia, también hay hallazgos arqueológicos que atestiguan que Pilato fue un personaje histórico.

«Tres autores no cristianos hablan de Pilato, eso significa que Pilato existió, no es una invención, una creación cristiana», indica André Leonardo Chevitarese, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y autor del libro «Jesús de Nazaret. Lo que la Historia tiene que decir sobre él».

Se sabe que Pilato fue el quinto gobernador de la entonces provincia romana de Judea y que su gestión duró unos 10 años, entre los años 25 y 37.

Pobre y distante de la capital, Judea no era de las provincias más codiciadas, lo que indica que Pilato no gozaba de tanto prestigio en el imperio. En el cargo, tenía poder de vida y muerte sobre los ciudadanos, es decir, podía condenar a la máxima pena.

Entre sus atribuciones también estaba la de nombrar al sumo sacerdote, lo que lo hacía cercano, en la esfera de poder, a los poderosos judíos. También tenía poder militar, judicial y fiscal; era el responsable de recaudar impuestos.

El único registro de la vida personal de Pilato, considerando tanto los textos religiosos como los no religiosos, es un pasaje del evangelio de Mateo en el que se dice que estaba casado. Curiosamente, el extracto muestra que su esposa habría intentado interferir en el caso de Jesús. «[…] su esposa le mandó decir: ‘¡No te involucres en la cuestión de este justo! Porque hoy he estado muy afligida en un sueño por su culpa'», afirma el texto.

MT / BBC

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